Como es sabido, cuando uno abandona  el mundo laboral o alcanza una determinada edad, circunstancias que suelen ir aparejadas, siente la necesidad de echar la vista atrás buscando justificación o sentido a todo el itinerario que nos ha conducido hasta la persona en que nos hemos convertido.

Y es al ir estirando del cordón de la trazabilidad, cuando en medio de ese revoltijo que amasan espacio y tiempo, emergen las luces y las sombras de los momentos vividos y, junto a ellos,  los rostros y siluetas de aquellas personas que significaron algo en nuestras vidas. Es un ejercicio muy saludable al que gustosamente me entrego porque, entre otras cosas, me permite apreciar la magnitud de la deuda de gratitud que he contraído, y en alguna medida saldado, con el transcurrir de los años.

A los más cercanos, a la familia, les debo, además de la vida, la red, todos aquellos cuidados y atenciones que te hacen sentir seguro en escena, aunque te equivoques. Siempre estuvieron ahí, pero solo yo sé donde comienza y termina el marco de los allegados.

Casi nunca eché en falta los afectos, la confianza y los estímulos en los momentos difíciles. Valoré sobremanera   la lealtad y el valor de cuantos me acompañaron en las travesías más tempestuosas y aprecié el conocimiento que me aportaron cuantos sabían más que yo y cuya sabiduría tanto bien me hizo. Tampoco olvido  las críticas, bien o mal intencionadas, compañeras inseparables de mi particular deambular. Merced a una mirada desprejuiciada, fui capaz de transformar muchas de ellas en oportunos consejos que me apartaron de los errores o me salvaron de la obcecación. Sí, creo que es cierto, como hace poco tuve  ocasión de expresar en público, que uno de los verbos que más he utilizado a lo largo de mi vida ha sido el verbo agradecer. Casi siempre de palabra, pero a menudo también de obra y en no pocas ocasiones, mediante el silencio. El silencio reconfortante también ofrece oportunidades para expresar gratitud. De una manera u otra he intentado corresponder a todas esas actitudes que le ayudan a uno a ser quien es. Porque solo al detenernos, descubrimos hasta qué punto los que nos rodean forman parte de nosotros mismos. Me refiero a los demás, a los otros, a todas aquellas personas sin cuya connivencia, apoyo e indulgencia seríamos incapaces de configurar el puzle que hace más comprensible nuestra presencia.

 

La última oportunidad de expresar esa gratitud a la que me refiero de manera explícita fue con motivo de las primeras conferencias sobre Ciencia y Naturaleza organizadas por la Fundación Odón de Buen. Mis palabras de reconocimiento en aquella ocasión fueron para todos aquellos con cuya  anuencia tratamos de mantener viva la memoria de Odón de Buen durante casi tres lustros y, muy particularmente, para los socios del Centro de Estudios creado con su nombre años atrás. Me pareció de bien nacido en aquel momento hacer  extensivo el agradecimiento a la persona del alcalde, Luis Zubieta, por haber dado el paso de crear la Fundación. Considero que es un gesto que ennoblece su mandato y que le honra a él personalmente y a la comunidad que representa,  de la cual yo formo parte.

Me gustaría que la Fundación Odón de Buen tuviese un extenso y fructífero recorrido. Y no porque Zuera tenga una  deuda imperecedera de gratitud con Odón, que yo creo que la tiene, sino porque seguir su estela tanto en el ámbito de la formación como en de la investigación o la divulgación científica sigue siendo hoy en día,  una tarea,  más  que acorde con los tiempos, algo absolutamente imprescindible para alcanzar mejores cotas de bienestar.

 

 

 

2 thoughts on “La gratitud

  1. Extraordinario y emocionante el artículo. Cuántos presumen de buena»» pluma»» en medios de comunicación escrita y no le llegan a la suela del zapato.

  2. Vida nada te debo y nada me debes. Resume su artículo, q parece nacido del alma y q no tuve la oportunidad de expresar. Desde Valparaíso Chile.

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