Estoschopos
En medio de esa caprichosa, misteriosa a veces, y siempre anárquica imagen que a diario nos ofrece la ribera del Gállego, aparecen estampas y rincones que sin llegar a adquirir carácter icónico, porque todo cuanto en ella crece se renueva constantemente, sí se constituyen en verdaderos hitos referenciales, en los itinerarios donde los paseantes se abandonan a sus abstracciones.
Ayer hacía una maravillosa mañana otoñal. El viento andaba quieto, el río alterado y la humedad ambiente se adentraba con el aire, sin esfuerzo, hasta lo más hondo de los pulmones. La belleza del entorno, el silencio y el murmullo de la corriente se transmutaban en serenidad y laxitud a medida que íbamos avanzando. A pesar del calendario, el otoño está todavía perezoso y aún no viste sus mejores galas. Sin embargo, la atmósfera se mostraba envolvente y acogedora, familiar. Como la sensación que me produce la reiterada contemplación de determinados parajes.
Peculiar es el caso de los chopos de la imagen. Siempre que paso ante ellos, me asalta la duda de si están unidos por algún vínculo genético que les impulsó a crecer juntos y entrecruzarse ociosa y cordialmente o si, por el contrario, lo que hacen en realidad es empujarse y competir obstinadamente por el mismo espacio. De cualquier manera, siempre que los miro, sea cual sea la estación del año, siento el impulso irresistible de detenerme y dirigirme a ellos con tono confiado y amistoso. No en vano, hace tiempo que vienen siendo testigos fieles de mis permanentes cavilaciones.

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