Creo que todos los humanos somos seres individuales, únicos e irrepetibles, pero no es menos cierto que en algunas personas la singularidad adquiere caracteres excepcionales. Éste sería en mi opinión, el caso de Andrés. Averiguar el origen de tal atributo no es cosa fácil, aunque tratándose de él, ante mis ojos enseguida emergen como relevantes credenciales, su fortaleza intelectual, su arraigado sentido de la dignidad y su afectividad. A veces, al escucharlo, uno tenía la sensación de que navegaba por otra dimensión y que en las situaciones complejas su mirada poseía mayor alcance, más velocidad y mayor calado que la de sus interlocutores. Cualidad que, sin embargo, no le eximía a veces de incurrir en contradicciones y dudosas conclusiones.
Andrés era un ser lúcido, brillante y, a menudo, deslumbrante. A mí, personalmente, se me antojaba más sugestivo aquel que, simplemente, iluminaba. El hombre que con sencillez y naturalidad era capaz de esclarecer cuestiones y situaciones que a otros se nos antojaban demasiado sofisticadas. Gozaba de una rotunda capacidad analítica con la cual, de manera desenvuelta, solía descomponer y extraer las piezas simples que forman parte de cualquier realidad complicada, como si de una operación de deslinde se tratase.
Amante de la polémica, sostenía en todo momento sus opiniones con vehemencia y apasionamiento, y se mostraba irreductible en la defensa de sus puntos de vista. No le resultaba fácil encontrar buenos interlocutores porque tendía a conducir el debate por territorios que a sus contertulios les resultaban intransitables. En cualquier caso tanto en la controversia especulativa como en el resto de los escenarios donde se desenvuelve la vida, sean estos afables o desapacibles, jamás descubrí en él una actitud innoble. Era digno de admiración y muchos le admirábamos y por supuesto, le queríamos. Imposible negar el magnetismo que ejercía en todos aquellos que llegaron a intercambiar con él conceptos, risas o proyectos.
Le atravesó la vida buscando la excelencia y la perfección en todo aquello que emprendía. Fuera en el campo de la política, los negocios o los estudios a los que dedicó una gran parte de su edad madura. Siempre al encuentro del conocimiento. Por naturaleza pertenecía a aquella especie de seres disconformes con la realidad y que buscan mejorarla a toda costa. Y, como a todo buen idealista, en ocasiones, las emociones le agrietaban su aparente pragmatismo.
Cuando se presentó para alcalde quiso que le acompañara. Yo me hallaba entonces preparando oposiciones e inicialmente me resistí. Pero cambié de opinión, inconsciente de que aquella decisión iba a cambiar mi vida para siempre. Corría el año 79 del siglo pasado
Juntos descubrimos el municipio. Primero, globalmente, con un gran angular. Luego, acercando el zoom por doquier, percatándonos de la complejidad de la responsabilidad que habíamos asumido. Observamos el territorio y a sus gentes con una mirada nueva, averiguando cómo se articulaba la vida en su interior y el alcance de sus implicaciones. La escena municipal. Como los sueños venían con nosotros, idear el Zuera futuro se nos antojaba un objetivo obligado en aquella España pletórica de ilusiones y esperanzas. Estábamos todavía en plena tarea exploratoria, cuando se terminó el mandato, él fue requerido para formar parte del primer Gobierno Autonómico y yo asumí las funciones de alcalde.
Hoy escribo esto porque una cruel enfermedad se lo ha llevado lentamente por delante. Él la recibió con serenidad y con temple y no le perdió la cara en ningún momento. Cuando llegó la hora de pactar con ella, lo hizo con discreción y entereza, dándonos un último ejemplo de sabiduría y humanidad. Hemos sentido mucho su muerte, pero al menos yo, seguiré celebrando su vida.
Gracias Julia, Claudio, Sara y Lola por quererlo y cuidarlo, estoy seguro que tanto para vosotros como para todos aquellos que le quisimos y nos sentimos queridos por él su presencia permanecerá alojada en nuestros corazones de manera perenne.
(II)
Mi relación con Andrés Cuartero se trenzó creando lo que fuera el Club Juventud, una asociación que llegó a integrar como socios a más de doscientos jóvenes de Zuera. Doy fe de ello porque, en su primera etapa, yo era el tesorero encargado de cobrar las cuotas. Corría la segunda mitad de los míticos años sesenta y toda una generación buscaba su espacio de libertad. El contacto y las causas comunes transformaron las relaciones en afectos que no tardaron en convertirse en amistades tan idealizadas como inquebrantables. Vínculos y aspiraciones sociales navegaban en la misma dirección, al menos en nuestro caso. Éramos amigos porque nos queríamos y porque queríamos muchas cosas en común.
Andábamos en la pretenciosa tarea de transformar el mundo, cuando los cambios sociales vinieron a decirnos que lo que hacíamos era política. Que en las “inquietudes que nos movían, nunca mejor dicho, subyacía un tinte ideológico. Así apareció el primer filtro a través del cual, unos redoblaban su simpatía hacia nosotros y otros nos mostraban sus reticencias y desapegos. No tardamos en aprender que la vida era así.
Desaparecido Franco y convocadas las primeras elecciones municipales, Andrés decidió presentarse para alcalde. En aquel momento, recién terminados mis estudios, yo trataba de encauzar mi futuro profesional como docente, pero accedí a acompañarle en la aventura y aquel paso supuso un “cambio de agujas” en mi vida que me trajo hasta donde hoy me encuentro.
No sé si Andrés fue el mejor alcalde que ha tenido Zuera, pero sí el más clarividente, aquel cuya presencia en un momento tan determinante de la historia, fue providencial para el futuro de esta Villa. Ya éramos amigos, pero tuve la fortuna de tenerlo además como compañero y maestro. El puso el motor en marcha de un navío con el cual los que seguimos tras él alcanzamos una estimable velocidad de crucero para el municipio. Me refiero, por supuesto, a las sucesivas Corporaciones socialistas a caballo entre los dos siglos y a su conexión con la etapa encarnada por nuestro querido y malogrado compañero Luis Zubieta.
Cuando llegaron los Ayuntamientos democráticos, había culminado la etapa del Partido Socialista de Aragón, el PSA, organización a la que ambos pertenecíamos. Aquella primera candidatura que encabezó portaba ya el logo del Psoe. Estábamos guiados por un entusiasmo inconmensurable y un insaciable deseo de aprender y de transformar. El urbanismo, la hacienda pública, las relaciones sociales, el medio ambiente, todo nos resultaba novedoso y digno de atención y estudio… porque todo estaba por hacer. Las infraestructuras eran “lo que estaba debajo, lo que sostenía todo lo demás”, la movilidad, la economía, la salud y la higiene, los niveles básicos de bienestar. Después vendrían los equipamientos y la vertebración social, etc… Ante tanta carencia, todo se nos antojaba cuestión de “sentido común”, el abastecimiento de agua, el pavimento en las calles, mejorar el alumbrado público…
Andrés supo ver como nadie que en aquel momento el instrumento de reflexión y planificación para diseñar el futuro era el Plan General de Ordenación Urbana. Y no se equivocó. Encargó la redacción del proyecto a un joven equipo de profesionales encabezado por José Aznar Grasa y el documento que concibieron fue, en buena medida, una especie de piedra angular del Zuera que hoy disfrutamos. Es cierto que había que ejecutarlo y llevarlo a cabo, pero esa tarea que él acertó a iniciar por la calle Candevanía, el Parque del Gállego, piscinas y campo de fútbol, disponía de un guión extraordinariamente valioso para cualquier equipo llamado a seguir sus pasos.
Su presencia en el primer Gobierno de Aragón presidido por Santiago Marraco, también fue muy determinante, no sólo en cuanto a dar visibilidad al municipio, sino en orden a la obtención de recursos para Zuera, muy disputados por aquellos años. No obstante, su gran aportación como Consejero de Presidencia de aquel emprendedor Gobierno Autonómico fue sin duda la rehabilitación del Edificio Pignatelli como sede del Gobierno Autónomo.
Como es sabido, hace apenas un mes que Andrés Cuartero nos abandonó. Lo hizo en silencio, como él quería. Él no anhelaba permanecer en la memoria, su vocación filosófica le llevaba a vivir el momento presente, a ser fiel a sí mismo, y a hacer bien su trabajo, el que fuese, tratando de mejorar y perfeccionar los entornos donde habitan las personas.
Me parece extraordinario. Efectivamente, Andrés fue pionero en muchas cosas y especialmente en su visión política global y de futuro.
No obstante, ZUERA tiene una «» deuda histórica » con la persona, y espero que sea reconocida por los Zufarienses al ser el gran impulsor del desarrollo Económico, Social ,Cultural e Industrial y Urbanístico del Municipio de Zuera : JAVIER PUYUELO