
Se cumple por estas fechas el veinticinco aniversario del hermanamiento entre el municipio francés de Ramonville St. Agnes y la Villa de Zuera. Un encuentro surgido de la voluntad de los primeros ayuntamientos democráticos y del magnetismo que la idea de Europa ejercía en aquel momento sobre nuestro país.
El deseo de hermanar a los ciudadanos, pueblos y municipios de Europa tiene su origen en la segunda guerra mundial. Para ser más exactos, en la postguerra. Y fueron los propios países contendientes, en especial Francia, Inglaterra y Alemania, los impulsores del proyecto. Se pretendía de esta forma acercar a las gentes de los países otrora enfrentados, promoviendo entre ellos programas de desarrollo compartido y, en cierto modo, crear un antídoto que contribuyese a neutralizar los riesgos de futuros conflictos entre las naciones europeas.
Para los españoles la posibilidad de incorporarse a una empresa tan atractiva y sugerente llegó con la democracia, pero no comenzó a proliferar hasta pasado un tiempo, cuando las primeras corporaciones democráticas habían comenzado a tener la casa aseada. Por aquellos años Europa toda, pero sobre todo “la Francia”, era para muchos de nosotros lo más parecido a la Tierra de promisión de la que le habló Dios a Moisés. Allí se rendía culto a la democracia, la libertad y los derechos sociales. En otras palabras, al progreso. Durante muchos años, aquella imagen que hoy reconocemos exaltada y mitificada de Europa ha supuesto todo un estimulante símbolo que el tiempo y, de manera especial, los últimos sucesos corren el riesgo de desmoronar.
Contemplar a diario las terribles escenas de los refugiados a los que se les niega refugio o las escandalosas imágenes de los energúmenos hinchas del fútbol humillando sin recato y por mera diversión, a seres indigentes e infortunados no solamente produce asco y vergüenza, sino que nos proporciona una dosis de insufrible realismo. Sin embargo, lejos de caer en el desánimo y la resignación, deberíamos subir la guardia y conjurarnos por revitalizar los valores y los derechos que, a pesar de los acontecimientos, continúan siendo parte fundamental de los rasgos distintivos de unos países que se autodenominan civilizados.
En esta tarea que a todos concierne, los lazos de unión que los hermanamientos crean, que abarcan desde las relaciones personales de amistad a las sociales e institucionales, pueden suponer también verdaderas plataformas de inflexión. Marcos desde los cuales desde lo más hondo de las conciencias surjan voces que reclamen el reforzamiento de los valores y derechos humanos, sin los cuales todo lo demás pierde sentido. Palabras, manifiestos, tomas de posición, gestos visibles de esos que, al parecer, nuestra sociedad anda hoy tan necesitada.
Como testigo y partícipe de la puesta en marcha de aquella aventura fraternal que comenzó hace veinticinco años entre los pueblos de Ramonville y Zuera, deseo agradecer y dar la enhorabuena a todas aquellas personas de ambos lados del Pirineo que han hecho posible el mantenimiento de los vínculos entre ambos municipios. Merced a su comprometida labor, lo que inicialmente fue un ilusionado empeño se ha convertido en una experiencia gratificante y enriquecedora para ambas “villes”. Pero también y muy especialmente para todas aquellas familias que se han sentido y se sienten felices abriendo sus casas y acogiendo en ellas, ora a los hermanos Ramonvilloises, ora a los zufarienses. Larga vida a los anhelos de libertad, progreso y amistad entre los pueblos de Europa.