No sé si ha sido cuestión de suerte o de perseverancia por mi parte. El caso es que por fin pude conectar con el Centro de Salud y concertar una cita con mi médica de cabecera. El encuentro en el que he sido atendido, -medidas de prevención mediante- con la misma diligencia y profesionalidad de siempre, me ha permitido comprobar las condiciones en las que en estos momentos tienen que desarrollar sus funciones los profesionales de la sanidad. Si bien parece ser que los últimos meses se han subsanado las deficiencias en materia de equipos y medidas de protección en general, no ha sido así en lo concerniente a personal. En estos momentos en el Centro de Salud de Zuera solo pasan consulta dos médicos, guardias aparte, de los cuatro que hay en plantilla. No se cubren las ausencias ni por bajas ni por vacaciones, derecho que también asiste a los profesionales de la medicina y, muy especialmente, en esas circunstancias tan extraordinarias por las que atravesamos. Las consecuencias saltan a la vista: saturación, sobrecarga de horas de trabajo para los sanitarios y atención deficitaria y cabreo semi generalizado. Al decir atención deficitaria no me refiero tanto a la relación entre el facultativo y el paciente cuanto a las anómalas circunstancias en las que ahora se establece dicha relación.
El actual Centro de Salud fue construido por el Gobierno de Aragón tras la persistente insistencia de anteriores Ayuntamientos que previamente habían cedido el terreno para su construcción. Cuando la DGA sacó a concurso la obra, éste se quedó desierto y tuvo que ser de nuevo el Ayuntamiento de aquel momento el que encontrase entre las empresas locales, una que estaba dispuesta a construirlo. Aquel Zuera tenía entonces prácticamente 2.500 habitantes menos que en la actualidad. Dato que por sí solo debería ser argumento suficiente para que Zuera dispusiera ya de una nueva y moderna instalación en la que, con toda seguridad se dispondría de más recursos tanto materiales como técnicos y humanos.
Y termino. Muchas personas después de diez o quince llamadas telefónicas al Centro de Salud sin éxito, no pueden reprimir, seguramente con razón, expresiones de contrariedad, perplejidad e indignación. Yo sugeriría que no dirijieran su ira o su malestar hacia los facultativos que allí ejercen su profesión porque ellos no tienen ninguna culpa, es más, están trabajando muy por encima de los que se supone que es su obligación y en unas condiciones que no sé si están suficientemente valoradas. Toda explicación que se facilite al respecto para que seamos conocedores y conscientes de estas circunstancias me parece pertinente, entre otras razones porque no sabemos durante cuánto tiempo las tendremos que soportar.