La mujer que caminaba delante de mí aplastó con su mano la cajetilla de tabaco y la arrojó a la orilla del sendero. Acto seguido, se agachó y soltó la correa de los dos perros que había sacado a pasear. Ambos canes, jubilosos, comenzaron a correr alegre y desbocadamente dando muestras de una envidiable felicidad. Cuando alcancé a la señora observé que tenía las dos manos ocupadas. Con una sostenía un cigarrillo y el móvil, mientras con la otra tecleaba el celular. Altamente concentrada, caminó durante unos minutos, atendiendo simultáneamente al pitillo y al teclado. Tan absorta estaba que no reparó en las inequívocas posturas que habían adoptado sus criaturas, mientras procedían a depositar sus misivas. O tal vez, sí. El más pequeño, a la sombra de un rosal y el más grandote, a la orilla del camino. Aliviados los dos animales volvieron a sus gozosas correrías hasta que su dueña, consumido el pitillo y terminada su conversación, reclamó su presencia. Como buena ciudadana, ató las correas a sus respectivos collares y emprendió el camino de regreso a casa.
La curiosidad me llevo a hacer un recorrido exploratorio por el entorno y pude comprobar que la zona les resultaba familiar. Básicamente llegué a dos conclusiones, que la dueña no siempre fumaba la misma marca de cigarrillos y que la dieta alimenticia de las mascotas no era equilibrada.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *