Me gustaría que los acontecimientos que sitúan a los independentistas al frente de la Generalitat de Cataluña y los pintorescos acontecimientos que han precedido y acompañado a la constitución del nuevo Parlamento no nublasen la vista de los dirigentes del Partido Socialista, en cuanto concierne a la formación del nuevo gobierno de la nación.
Porque considero que la tarea más urgente, la más acuciante y, en este caso, también la más importante que tiene que llevar a cabo el Psoe en este momento, es la de su regeneración. Que ése, y no otro, es su verdadero problema. El que tiene su origen no en las urnas, sino en la desconexión (con perdón) que en los últimos años se ha producido entre la Organización, parte de su militancia y la pulsión transformadora que habita en determinados sectores sociales que le han vuelto la espalda.
Tanto si llega a gobernar en coalición con cualquier otro Partido, como si pasa a formar parte de la Oposición, el problema subsistirá hasta que no sea convenientemente encarado.
De ahí que si desea continuar desempeñando un papel determinante en la vida social y política de este país que damos en llamar España, debería huir de tentaciones coyunturales y situar su “re-encarnación” en el tejido social como su máxima prioridad.
Dada la situación en Cataluña y merced a las grandes presiones que desde hace días se ejercen desde múltiples ángulos tanto económicos como mediáticos y políticos la alternativa de “gran coalición” viene apareciendo como una de las opciones de gobierno que algunos juzgan más conveniente. Tranquilizaría a los poderes fácticos y contentaría a una buena parte de la masa social, por aquello de la estabilidad y la cuestión territorial. Sin embargo, si el Partido Socialista entrase a ese trapo, sería difícil de evaluar el precio que debería pagar entre sus militantes, el electorado que se ha mantenido fiel a sus siglas y, sobre todo, en aquel otro que le ha abandonado, pero que todavía es considerado como recuperable.
Si contemplamos con perspectiva los resultados electorales arrojados por las urnas del 20 D es difícil no calificarlos de pésimos o muy malos. Los peores desde que la democracia fue restaurada.
Sin embargo, si aplicamos al análisis, un realismo más coyuntural, los 90 diputados del Psoe podrían ser considerarlos incluso como un buen saldo. No tanto desde un punto de vista cuantitativo, desde cuya perspectiva continúa siendo un mal resultado, sino desde el plano de posición que lo sitúa en el centro del tablero político.
La duda que me asalta en este momento es si el Partido Socialista goza en su fuero interno del nivel de fortaleza y confianza en sí mismo para poder rentabilizar adecuadamente ese privilegiado enclave. Es decir si acertará a jugar sus bazas atinadamente, de manera que la defensa de los objetivos institucionales, los que se erigen en aras del interés general del Estado, no se contravenga con aquellos otros que conduzcan a su revitalización. Hasta que no sepamos cómo va a utilizar el gran poder que las circunstancias han puesto en sus manos, tampoco acertaremos a prever cuáles pueden ser las consecuencias en su estructura orgánica.
Desde el punto de vista de las opciones que estos días vienen manejando los analistas convendría descartar de entrada, la ya mencionada gran coalición – PP, PSOE, CD,S- , por las razones ya expuestas. Tampoco sería aconsejable a mi juicio la coalición por la izquierda. Ya sea ésta la de suma incierta, es decir, en minoría, o la que le proporcionaría una hipotética mayoría absoluta demasiado arriesgada, por heterogénea. El Psoe debe tener su propia visión, su propio análisis de la realidad y de lo que conviene al país y darle valor, sin complejo alguno. Todavía continúa siendo el principal bastión sobre el que se ha consolidado el sistema democrático del que gozamos, tanto los seniors como los juniors.
Pero, en fin, doctores y poderes tiene la iglesia.
El hecho de que su concurrencia, por activa o pasiva, sea imprescindible para constituir cualquier gobierno le confiere una gran capacidad de influencia en el tapete institucional que, bien utilizada, preservaría también, en buena medida, su desgaste. Es decir, posibilitar que gobiernen otros, pero con un severo programa de contenidos básicos que afectasen a cuestiones medulares del sistema.
La ausencia de una mayoría contundente y sus consecuencias derivadas pueden crear las condiciones que posibiliten dicho pacto. La experiencia de las mayorías absolutas ha demostrado reiteradamente lo difícil que resulta alcanzar acuerdos integradores que confieran estabilidad y fortaleza al sistema en el largo plazo. Sin duda el caso más paradigmático es el de la Educación, sometida a un permanente vaivén, al compás de los cambios de gobierno. Cabría poner sobre la mesa aquellos asuntos troncales de contenido social que más preocupan a la mayor parte de la población, la reforma de la constitución, avanzar en la cuestión territorial, barreras a la corrupción, etc… En fin, todas aquellas cuestiones que las aspiraciones y limitaciones de sus señorías y sus respectivas formaciones políticas permitiesen encajar con el mayor consenso posible.
Éste es el escenario que considero más propicio para que el Partido Socialista pudiera abordar de inmediato el impostergable proceso orgánico de regeneración al que me refería al principio y que insisto en considerar como un objetivo absolutamente imperativo a corto plazo.
Si el Partido Socialista se empeña en gobernar a cualquier precio, tal vez la actual Secretaría General se sintiera coyunturalmente reforzada. Estaría por ver y, en cualquier caso , sería un espejismo, una alucinación. Sí creo, sin embargo, que aumentaría el riesgo de que este edificio cuarteado que hoy es el Partido Socialista se convierta en una organización política testimonial, en unas gloriosas ruinas con interés para estudiosos de la historia y amantes de las hemerotecas.
PD. Normalmente, siempre me equivoco en este tipo de análisis, pero me gusta expresar mi opinión.