Nutrientes

Creo que ir a votar es una práctica saludable. Siendo como es consecuencia de nuestra condición de ciudadanos democráticos y socialmente avanzados, ejercer el derecho a voto supone, no sólo aceptar y participar, sino consolidar el marco y la estructura comunitaria a la que pertenecemos. Hacernos corresponsables de la misma. Sin que ello suponga menoscabo alguno respecto a quienes renuncian o incluso recelan de este tipo de convencionalismos sociales y políticos.
El factor de incertidumbre que contienen las elecciones que nos disponemos a celebrar dentro de unos días ha dado pie, por un lado a que despierten un mayor interés, una mayor curiosidad e incluso, un poco más de morbo. El concurso de nuevas candidaturas, la aparición de caras nuevas junto a las ya conocidas, las litigios soterrados o encubiertos, el desgaste, los recambios, las tendencias generales del país, etc…todo ello hará posible constatar hasta qué punto los viejos puntales permanecen incólumes y en qué medida el voto ha adquirido volatilidad para ir a posarse en las nuevas ofertas.
Sea cual sea el resultado hay aspectos que a mi entender no cambiarán, porque están implícitos en el proceso y forman parte del ritual que unos y otros llevamos a cabo antes de dirigirnos a las urnas.

El voto ideológico. El mayor porcentaje de voto, tanto a izquierda como a derecha estará determinado por un marcado carácter ideológico, como siempre. Hay sectores que invariablemente votan de manera inequívoca a la izquierda y otros a la derecha. Suele ser éste un voto de creencias arraigadas, cultural, que a menudo, no siempre, tiene su origen en la tradición familiar y se reproduce generacionalmente. Es el propio de la gente que se precia de saber cuál es su lugar en el espectro social y político, a veces, de no haber cambiado, de continuar “siendo el que era” o de pertenecer o disfrutar de un determinado estatus social. En tiempos como los que vivimos, pudiera parecer un sector social en regresión, pero todavía continúa siendo muy determinante, constituye el suelo casi inamovible de los partidos “clásicos”.

Progresista o conservador. El anterior determinante ideológico podríamos asociarlo en mayor o menor grado con el que induce al voto progresista o conservador, pero sin llegar a hacerlos coincidir. En mi opinión estos proceden de un sentimiento más difuso.
Quienes se rigen por estos dos conceptos, a la hora de votar, incorporan matices que les permite abrir el abanico de sus posibilidades a ambos lados partiendo del centro. Tanto a la izquierda como a la derecha aparecen múltiples opciones que podrían hacerse receptores del voto de aquellos votantes que se consideren tanto de una como de otra tendencia. Es un voto que no se siente obligado a mostrar fidelidad a unas siglas en concreto.

El centrista. La idea de centro está muy presente en nuestro país, pero yo diría que se hace más patente en las convocatorias de Elecciones generales que a las autonómicas o locales. En éstas adquieren mayor relevancia otro tipo de consideraciones más cercanas al ciudadano.
La actual crisis económica ha ampliado el campo de las personas que se consideran desfavorecidas, excluidas o desamparadas por el sistema. Esta circunstancia parece haber estimulado un tipo de voto menos centrado, si contemplamos el panorama desde la izquierda. Y más desplazado hacia la moderación y el hipotético centro, si observamos el terreno desde la margen derecha. En las convocatorias locales quienes se identifican con este sentimiento centrista suelen anteponer otros criterios a la hora de ir a votar.

Lo público y lo privado. Las nociones de lo público y lo privado acostumbran a estar contenidas en el ideario y el programa de los diferentes partidos. La idea de lo público es más inherente a la izquierda entre cuyos valores destacan el de la igualdad, la solidaridad y la justicia social. Por su parte, la derecha prima el valor de lo privado, convertido a veces en dogma, sustentado en su particular concepto de libertad y la cuestionable creencia de que todos nacemos con igualdad de oportunidades. Tiende a contemplar el Estado como un ente subsidiario del mercado o de la iniciativa privada en general.
Allí donde el mercado tiene menor arraigo y proyección, en la mayor parte de los municipios, en general por su tamaño, el nivel de bienestar acostumbra a sostenerse sobre la mayor o menor presencia de lo público.

Lo nuevo y lo viejo. Con toda seguridad, éste es uno de los ingredientes que está llamado a tener más protagonismo que en ocasiones anteriores. Más allá de las capacidades, los contenidos programáticos y las personas, es más que probable que un indeterminado número de ciudadanos unan al soporte ideológico, la opción entre lo conocido o lo novedoso.
Como es sabido, Zuera ha sido objeto de importantes cambios urbanísticos, demográficos y de otra índole que hace tiempo que inciden en su estructura social. En este nuevo contexto ha surgido una generación de jóvenes que han resuelto dar el paso a la política y generar su propio espacio para hacerse oír. Constituyen en el horizonte político local una de las novedades y, como tal, también una de las incógnitas.

Identificar- desvelar. En nuestro particular inventario de opciones, a nivel local en este caso, también cabe añadir una reflexión previa en este sentido. Una de las candidaturas aspira a introducir en la gestión municipal una mayor presencia y contenido del carácter territorial. Como se sabe el municipio de Zuera está integrado por varios núcleos urbanos, cuyo funcionamiento administrativo está sujeto a diferente régimen jurídico. Es el caso de la Entidad Local de Ontinar de Salz y la urbanización Las Lomas del Gállego. Es un enfoque nuevo y específico. El tiempo nos dirá si se trata de un elemento de signo innovador o un simple vehículo para obtener satisfacción sobre presuntas cuentas pendientes.

El premio y el castigo. El voto que premia suele corresponderse con el del reconocimiento a una gestión llevada a cabo por un determinado partido político. Si trasladamos la cuestión al ámbito de lo concreto, podemos asociarlo a situaciones particulares que el alcalde o la Corporación han solventado en el sentido que deseaban los demandantes. Este voto está presente en todo tipo de convocatorias electorales. El voto de castigo es más mediático, tiene mayor eco y suele tener mayor incidencia cuando se dan condiciones excepcionales. Es algo complejo de analizar. Normalmente cuando aparece, concurre en él una doble motivación. En primer lugar la decepción o frustración, y con ella, el deseo de castigar o dañar las expectativas electorales del causante del desengaño. En general se manifiesta derivando el voto en otra dirección. Si quien lo practica mantiene su coherencia ideológica buscará para depositarlo a otro partido afín o cercano políticamente hablando. Si lo que prima en su intención es perjudicar singularmente a quien está ostentando el poder, seguramente dirigirá su voto hacia formaciones que estén en sus antípodas. Se trata de un voto hostil, pero tan legítimo como otro cualquiera.

Votar en blanco. En primera instancia este voto se asocia a la duda o a la falta de concordancia con la oferta de candidaturas que se ofrece a los votantes. Supone otra vía de participación y puede contener también un cierto carácter sancionador si quien lo ejerce iba inicialmente a votar a alguna de las opciones que se presentan.

Simpatías y fobias. Me cae bien – no me cae bien. Los afectos y desafectos siempre están presentes, especialmente en las convocatorias locales. No tienen una gran incidencia, pero pueden matizar los resultados. Dependen tanto de la simpatía o el atractivo que poseen los cabezas de lista como de las relaciones personales que cada cual mantiene con los integrantes de las candidaturas. En este sentido, no suele ser un voto ideologizado, sino de mera empatía o distanciamiento personal.

La familia. Homologable con el anterior, aunque por motivos distintos. No es un voto que haya que dar por hecho en sentido favorable, depende también de múltiples circunstancias, pero haberlo, claro que lo hay. No en vano, cuando los partidos repasan los nombres de las listas, suelen tomar en consideración la entidad y el peso cuantitativo de las familias a las que pertenecen. En los municipios más pequeños donde casi todas las familias acostumbran a estar “etiquetadas” es donde más relevante suele resultar esta variable.

Tras los miles de votos que el próximo domingo se depositarán en las urnas se esconden también miles de motivaciones. Ideas, sentimientos, ilusiones, esperanzas, frustraciones…
Cualquier causa que nos podamos imaginar por pintoresca o disparatada que parezca puede conducir a que los votos vayan en una u otra dirección. Yo lo tengo claro…, yo esta vez no sé qué haré…, pues a mí que no me esperen…, si no llevaseis a fulano en la lista…, yo creo que votaré en blanco…, a mí éstos me inspiran confianza…, pues a mí me da igual unos que otros…, etc…Son todas ellas expresiones que con mucha probabilidad podremos oír estos días en nuestras conversaciones. Son el vapor del caldo de cultivo que hierve por debajo. En el fondo, sólo cada uno sabe cuál es la combinación de razones e intereses que finalmente nos impulsan a ejercer el voto. Pero como decía al principio, lo importante es ir a votar, convencernos de que de esta forma, intervenimos y mejoramos el sistema. Somos afortunados.

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