Uno de los indicadores más relevantes de la vocación conservadora por no decir inmovilista de la actual Corporación municipal es la que se deriva de su negativa a aprobar los preceptivos presupuestos municipales. Presupuestos que, como se sabe, constituyen el instrumento fundamental de cara a impulsar el bienestar social de la comunidad y cuyo patrón de gastos e ingresos contienen las prioridades y, por lo tanto, el valor que los gobernantes otorgan a los recursos públicos.
En el caso que nos ocupa esta actitud podría achacarse al hecho de que el equipo de gobierno está en minoría y prefieren hurtar a los ciudadanos el inevitable debate que siempre conlleva su aprobación, por el temor a que sean rechazados por la Oposición, aquí mayoritaria. Su comportamiento, mezcla de prepotencia y debilidad, pone de manifiesto la incapacidad que nuestros gobernantes locales tienen para llegar a acuerdos con los otros grupos municipales, en un momento en el que el diálogo y el consenso parecen ser los mejores instrumentos para afrontar el profundo deterioro institucional que sufre el Ayuntamiento de Zuera.
Esta manera de entender la acción política denota también una determinada mentalidad, la de los dirigentes, que no sólo afecta al acto capital para cualquier Administración Pública, la aprobación de los presupuestos, sino que invade y contamina todo el marco de las relaciones entre los grupos municipales, de las cuales debería derivarse un más ajustado servicio al interés general.
La mentalidad, mezcla de valores intelectuales y emocionales adquiridos, asentados sobre un concentrado de nutrientes congénitos y educativos, suele crear una disposición apriorística ante todo tipo de situaciones. Como es sabido, ahora y aquí, esta circunstancia no ayuda ni a establecer un clima de cordialidad entre los diversos grupos de la Corporación y, mucho menos, a encarar razonada y civilizadamente las lógicas y legítimas disidencias.
De manera, que más allá de las ideologías, el pensamiento político o el espíritu de servicio, lo que verdaderamente está condicionando a día de hoy, el presente y el porvenir de Zuera no lo son tanto los contenidos programáticos de los partidos que concurrieron a las elecciones, cuanto la personalidad de aquellos individuos que avatares de índole partidista han situado al frente del Ayuntamiento.
Ello trae como consecuencia que toda la casuística derivada de la gestión municipal, sea ésta de carácter social, administrativa, económica, judicial o, por supuesto, política, no venga siendo objeto, de un análisis o una deliberación donde se hagan valer los argumentos de las partes, como sería lo razonable e integrador, sino simplemente sometida al tamiz prejuicioso y sectario de quienes finalmente toman las decisiones.

Desde mi punto de vista, es ésta una anomalía en el sistema que sería conveniente corregir en la primera ocasión que se presente. Si verdaderamente queremos regenerar el sistema democrático, hay que empezar por combatir este tipo de situaciones con la misma convicción y vehemencia que si se tratasen de manifiestos casos de corrupción. A muchos efectos, el daño que hacen al interés público, al funcionamiento de la administración y a las relaciones sociales puede ser equiparable.

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